Artículo de opinión de Carles Arnal
Escribo esto aún conmocionado por el espanto vivido estos días por tanta gente, y que aún padecemos. Pese al quebranto y el desconcierto debemos seguir adelante, empezando por explicarnos lo que ha pasado y, sobre todo, poner las bases para que una cosa así jamás vuelva a suceder; al menos con este grado de tragedia y horror. No puedo evitar comparar este desastre provocado por el agua, con el que provoca el fuego, también de manera repetida, en nuestras tierras; secas tantas veces y anegadas otras. Los incendios forestales son mi tema de estudio desde hace décadas y, aunque, de entrada, cueste encontrar dos cosas más distintas que el fuego y el agua, de la comparación (o contraste) se pueden extraer algunas ideas sobre las catástrofes, naturales o no tanto, y sobre lo que realmente significa prevenir.
En el caso de la DANA se trata de un proceso natural, derivado del giro cósmico de nuestro planeta y las interacciones energéticas entre fases fluidas que moldean su superficie. Pero el drama vivido no puede calificarse sólo como natural. Las acciones humanas a lo largo de los últimos siglos (sobre todo desde la llamada revolución industrial) han intensificado la potencia de estos fenómenos y los harán más frecuentes y destructivos. Cambio climático acelerado antropogénico se llama, y es obra nuestra, nos guste o no, aunque algunos lo nieguen y renieguen, sin fundamento. No podemos evitar el proceso natural, pero sí podríamos evitar (o no, si somos muy ciegos) su amplificación y acelerada reiteración.

Además, los daños humanos los hemos incrementado y maximizado, a pulso, los mismos humanos, a base de imprevisión, ignorancia, inanidad, indolencia e irracionalidad. La degradación forestal en las cabeceras de ríos y barrancos; la artificialización y degeneración de las riberas y cauces, eliminado la vegetación natural protectora y abriendo el paso a especies invasoras y a actividades humanas mal ubicadas. Luego el desprecio a la llamada planificación y ordenación territorial y el incumplimiento de las mínimas reglas de la lógica en aras de un beneficio particular, erigido sobre los daños a los recursos comunes y a los espacios públicos. Finalmente, el desastre en la comunicación de las alarmas y los graves riesgos incrementados, y el caos en la organización de las elementales medidas para salvar vidas… que cada cual, y los jueces, sabrán a qué se ha debido. El origen es natural, pero el desastre resultante tiene gran componente humano.
Parece que ahora, sobrados de agua y barro, sea improcedente hablar de fuego. Pero no lo es. Son las dos caras de nuestra ubicación en “la millor terreta del món”. Un área mediterránea que combina sequías estivales con lluvias torrenciales otoñales. El precio de vivir en este maravilloso lugar lleno de luz, de flores y de alegría. Los incendios forestales se suelen considerar como desastres naturales. No lo son. La vegetación mediterránea, por seca que sea (o que esté), no arde jamás sola. Las condiciones meteorológicas, por adversas que sean, jamás provocan un fuego forestal, a excepción de los rayos, que son una clara minoría. No se puede denominar natural a un fenómeno que, en el 80% de los casos, tiene causas humanas.
Lo que sí puede hacer el clima, es expandir más rápido el fuego, dificultar más la extinción y, finalmente, multiplicar los daños de un incendio; que no hubiera existido nunca, de no haber un humano detrás de ese 80% de los casos. Pero entonces ya es demasiado tarde y sólo podemos aspirar a reducir los daños, cuando podríamos y deberíamos haberlos evitado … en la gran mayoría de los casos. La actual estrategia de prevención de incendios es un fracaso. Viene fracasando décadas, al tolerar un elevadísimo número de incendios que no se han querido evitar, porque no se dedica apenas atención, ni medios, a la prevención, a luchar con mayor énfasis, recursos y organización, para evitar esos 320 incendios anuales (de un total de 400, como promedio) que podríamos haber evitado a muy bajo coste. Podríamos conseguirlo sólo si consideramos que la prevención, evitar los fuegos, es la verdadera prioridad y lo demás es “poner parches”, e intervenir cuando ya es tarde, cuando ya ha fracasado la prevención.

La mayor parte de los presupuestos de prevención de incendios, en los planes de la Generalitat, no va a parar a actuaciones que eviten los fuegos (prevención de las causas, prevención real) sino a actuaciones que son carísimas (se tragan millones de euros todos los años) que tienen graves impactos ambientales (destruyen vegetación de los bosques que deberíamos salvar) que no tienen eficacia demostrada y que, básicamente, se dedican a establecer discontinuidades de vegetación como ilusorias “barreras” al fuego, que se supone debería pararse al llegar a los cortafuegos (cosa que algunas veces llega a pasar). Pero esas actuaciones no evitan, ni evitarán jamás, un fuego y, por lo tanto, empezamos mal a “proteger,” cuando el desastre ya va en marcha; en vez de evitar que se origine el fuego. Eso no es prevención, es otra cosa.
Sin embargo, estas costosísimas actuaciones, visibles en el paisaje y que dañan nuestro patrimonio común, serán cada vez más ineficaces, incluso en la función (no preventiva) que se supone que es su fuerte: parar el fuego. No nos engañemos, las condiciones meteorológicas desfavorables, que son las que provocan los incendios más graves y destructivos, serán cada vez más frecuentes y más intensas, gracias al cambio climático, provocado por nosotros. Esas barreras van a ser cada vez más inoperantes e insuficientes: El fuego las saltará como las aguas han desbordado cualquier cauce precario que los humanos hemos dejado en medio del desorden territorial. En esas condiciones desfavorables, las que son realmente decisivas para originar una gran catástrofe, esas estructuras pasivas que no evitan incendios, sino que pretenden pararlos, no servirán.
Conviene cambiar de estrategia. Las medidas de verdadera prevención existen, son fáciles de aplicar, y mucho más baratas que los cortafuegos, pero requieren una voluntad política que, hoy por hoy, no existe. Su eficiencia es muy alta y se puede medir, como es el caso de la alternativa a las quemas agrícolas (la trituración de los restos) … pero de momento no se hace caso a la verdadera prevención. ¿Necesitaremos una DANA de fuego para cambiar?
Carles Arnal, Doctor en Biología y miembro de la Comisión Forestal de Acció Ecologista-Agró.

Este artículo fue publicado originalmente el 12 de diciembre de 2024 en Las Provincias.